La Cuarta Transformación viene del pueblo y al pueblo se debe, sin duda alguna de su existencia, su sabiduría y su protagonismo en los profundos cambios que estamos viviendo. Es el pueblo que en todo el país, municipio tras municipio, escuchó propuestas de Andrés Manuel López Obrador y le planteó necesidades, sueños y soluciones, en el diálogo de más de una década que dio origen a un Proyecto Alternativo de Nación que hoy está en marcha. Es el pueblo que se expresó como electorado en 2018, masivamente, para dotarse de un gobierno capaz de operar un cambio pacífico, profundo y verdadero, y se manifiesta cotidianamente en los altos niveles de aprobación al Presidente de México. Es el pueblo que nutre, orienta y vigila la vida pública nacional.
Hay sin duda un pensamiento que define a la Cuarta Transformación que se asienta en al menos tres principios que el presidente López Obrador ha enarbolado, algunos de ellos sustentados en el pensamiento juarista y que son de gran profundidad: por el bien de todos primero los pobres, no puede haber gobierno rico con pueblo pobre y el poder sólo es virtud cuando se pone al servicio de los demás.
Por el bien de todos primero los pobres es un principio ético, de solidaridad y fraternidad, de humanismo, pero también establece que la pobreza es producto de un sistema que profundizó desigualdades y olvidó a millones de mexicanos y mexicanas; reivindica los grandes derechos sociales como la educación, la salud y la pensión para abrir su acceso a los que menos tienen y establece que el Estado debe cumplir la función de redistribución de la riqueza y la construcción de un estado de bienestar. Consolida el principio de que si no hay justicia no hay seguridad y paz, y hace un llamado a la sociedad en su conjunto a acabar con la pobreza para consolidar el desarrollo con bienestar.
Muestra de ello es que juntos, gobierno e iniciativa privada, derrumbaron uno de los grandes mitos de la ideología neoliberal, el que amenazaba con la inflación si se aumentaban los salarios. En México, en los 45 meses recientes, el salario se ha incrementado 69 por ciento sin que se le pueda imputar impacto directo en el proceso inflacionario actual, de carácter mundial, resultante de la pandemia y la guerra. Aún más, de manera conjunta se acabó con la subcontratación, se recuperaron derechos laborales y seguridad social, y aumentó el reparto de utilidades.
No puede haber gobierno rico con pueblo pobre concibe un gobierno sin corrupción ni privilegios. Concibe a los gobernantes viviendo en la justa medianía y procura la moralización de la economía, desmantelando el andamiaje de corrupción y privilegios sobre el que se montó la complicidad del poder público en oscuros negocios de particulares, para el enriquecimiento de unos cuantos a costa del sufrimiento y la desesperanza de muchos. Dice Pepe Mujica que “el poder no cambia a las personas, sino revela quienes verdaderamente son”; lo cierto es que el pueblo quiere gobernantes que sepan que el poder no tiene sentido si no está al servicio de las mayorías. Y es claro que a la austeridad republicana y la disciplina fiscal el pueblo responde pagando sus impuestos, permitiendo recaudaciones históricas. A la legalidad, certeza y legitimidad instaurada por la Cuarta Transformación, la iniciativa privada y el capital extranjero responden incrementando la inversión, colaborando con los grandes proyectos de obra pública y transfiriendo tecnología.
El poder sólo es virtud cuando se pone al servicio de los demás. El pueblo tiene rostro y voz porque los gobiernos que emanamos de ella tenemos el encargo, el mandato, de mantenernos cercanos a la gente y escucharla, el pueblo son las personas con las que hablamos todos los días, en audiencias y en territorio, a través de las redes sociales y en asambleas; tenemos el mandato de servir, de orientar los recursos públicos a quienes menos tienen para construir igualdad.
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