El 4 de octubre de 1957, la humanidad puso con éxito en el espacio por primera vez en su historia un satélite de fabricación propia.
Se llama “Sputnik” y fue lanzado por Rusia, entonces la Unión Soviética (URSS).
Era una esfera de aluminio del tamaño de una pelota de laya -apenas 58 centímetros de diámetro- de poco más de 80 kilos, con cuatro largas y finas antenas.
En su primer viaje, tardó 98 minutos en orbitar la Tierra. Su misión: obtener información de las capas altas de la atmósfera y el campo electromagnético de nuestro planeta.
Dos años más tarde, su segunda versión, Sputnik 2, llevaría por primera vez al espacio un animal, la famosa perra Laika.
De la misma manera que más adelante el primer hombre en la Luna daría ese “gran paso para la humanidad”, en aquella época Sputnik supuso un paso de gigante para el motor propagandístico soviético en plena Guerra Fría.
Pero Sputnik fue mucho más que un invento ruso: permitió expandir las fronteras de la conquista mundial más allá del espacio e impulsar la carrera espacial rusa y estadounidense.
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